Muerte del fulano

frase-obsidiana

Camino al Mictlán, el lugar sin puertas ni ventanas, hacia el norte de todo. Llevo en mis manos mi corazón de piedra y me acompaña un itzcuintli bermejo. Ahí llegamos todos los que fuimos comunes en vida y morimos con pena, sin el favor de los dioses.


Cruzaré por donde mora la gran iguana, pasaré las montañas que chocan, luego por el camino de serpientes devoradoras de corazones hasta alcanzar las ocho estepas. Después llegaré al campo del frío tremendo con su viento de obsidianas cortantes que todo lo desgarran y atravesaré hasta donde los cuerpos flotan como las banderas para llegar al chiconahuapan.

Mientras camino, los que llevan mi sangre en Tenochtitlán quetzalcoatlme recuerdan, después de haber envuelto mi cuerpo en mantas de algodón y haber colocado panes de amaranto en mi boca. Ahora celebran con las flores que sobraron del Tlaxuchimaco, comen tamales de maíz con chía y degustan mieles de agave y pulque sabroso bajo los vapores del copal.

Y luego de algunos años, nos olvidaremos, porque nada bueno hice para merecer el recuerdo de nadie y así lo ha querido Huitzilopochtli. Ese es mi destino, el Mictlán, el olvido: nacido en la casa del viento-uno-ocelote sólo podía atraer mala fortuna. Mi vida fue como el viento, que lleva consigo todo cuanto puede y no es nada.

Quise ser algo y siempre fui menos; intenté medrar y siempre desmedraba; fui aprendiz de mil oficios sin ser diestro en uno solo. Tonatiuh no me favoreció para llenarme de gloria en los campos de batalla: pese a mis hazañas nadie me recuerda. Ni mercader, ni cargador, ni nada. Ni siquiera Tlaloc me quiso llevar al tlallocan, donde todo es verde y se cosecha en abundancia, donde van los que por agua mueren: naufragué en el gran lago —cuyas aguas tranquilizó Nezahualcóyotl— un día que volvíamos los guerreros sobrevivientes de una batalla infame en Cholula, mi última batalla (la única donde no obtuve glorimg_9030ia y que era en favor de nuestro señor Moctezuma). Fui el único sobreviviente de mi grupo. Otro día que fui a recoger amaranto para las fiestas del Toxtli me atravesó Tlaloc con un rayo, haciéndome caer sin quitarme la vida, para recordarme quién era mientras temblaba en el suelo. Y terminé aceptando que mi muerte nunca sería gloriosa ni bien vista por los dioses y que terminaría caminando hacia las fauces de Tlaltecuhtli, agradecido con este designio divino.

 

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