El baño. La foto. Le fantôme.

PorMontmatre

Una callecita de Montmatre

Le fantôme de l’Opéra a existé. –Gastón Leroux.

Bajábamos por entre las callecitas de Montmatre. Veníamos de visitar Sacré Coeur y la Place du Tertre. Colorida, viva y fría. Nos tocaron días nublados. Ese día chispeaba a cada rato, lo que junto al viento helado, hacía que el frío calara hasta los huesos.

Comenzaba a oscurecer. La lluvia, el viento y el frío aumentaron. La estación del metro parecía lejos. Andábamos medio perdidos y era difícil leer el mapa con el viento quitándomelo de las manos. Me dieron ganas de ir al baño.

La calle en la que caminábamos era angosta. Tenía casitas y algunos pequeños aparadores. No parecía transitada ni tener restaurantes o baños públicos cerca. Comencé a sentir presión y más frío.

«Vamos. Apúrale o no voy a llegar», le dije a mi esposa. Caminamos algunos minutos. Sólo pensaba en encontrar un baño.

Pasamos junto a un aparador con un extraño tono rojo. Me llamó la atención por eso y porque tenía vinos y máscaras. Parecía una tienda de vinos típica de París. Tenía curiosidad de conocer una vinatería de barrio, comprar algunos vinos. Me asomé a ver si estaba abierto. Vi mesas y algo parecido a una barra. También vi gente tomando vino. «¡segurito tiene baño!», pensé.

Entramos. La puerta de vidrio rechinó anunciando nuestra llegada. Era un lugar muy pequeño. De primera vista no pude definir si era una tienda, un bar, un restaurante o una reunión en una casa. A la entrada, dando a la ventana del aparador, había una pequeña barra con una cocineta. Una pareja, de pie, nos observaba. Su semblante era amable. Eran jóvenes, parecían casados o novios. Los dos con abrigos largos y cada uno con su copa de vino tinto. Ella se recargaba en la barra.

Tenía que ir al baño, así que ignoré a la pareja y me adentré. Diez pasos y ya estaba en el fondo. Encontré una puerta, casi oculta, detrás de un cortinero de perlas de fantasía. Me pareció el baño, pero no quise tocar ni intentar abrir sin ver a un mesero o alguien del lugar. No quería cometer alguna falta a las costumbres locales. Regresé a la entrada. Al volver busqué detenidamente con la mirada algún mesero. El lugar era tan pequeño que deberían verse de golpe, pero como entré con tanta prisa, tal vez no los había visto bien. Nada. Sólo tres mesitas: una vacía, una con un señor solitario y la tercera con una pareja que algo discutía. Éstos últimos me voltearon a ver, extrañados.
Las miradas de la pareja al entrar, de los sentados y la falta de meseros me hizo sentir algo extraño, frío. ¿Había irrumpido en una fiesta privada? ¿Estaba transgrediendo algo? Después de todo, estaba por primera vez en París y no conocía sus ritos.

Todas las paredes eran rojas, con muchos cuadros colgados, recortes de periódico y afiches. No los recuerdo a detalle, excepto por una imagen de El Fantasma de la Ópera, colgada detrás de la mesita vacía. No era la clásica imagen de la obra de Andrew Lloyd Weber, lucía más antigua, los colores viejos.

Pensé en pedir una copa en la barra y, con ese pretexto, preguntar por el baño. La barra sólo tenía 3 bancos, dos ocupados por la pareja que no dejaba de observarnos. Mi esposa me esperaba ahí.

No sé nada de francés y nadie se me había acercado. Ni mesa, menú, ¡nada! Ya estaba desesperándome, ¡urgía el baño! La naturaleza no espera ni es bueno retar a la física. Pensé en salir, pero antes un último intento: la copa. ¿Cómo chingaos la pido? ¿No hay menú qué señalar, ni mesero a quien hacerle señas? ¿A quién le hago la mímica de que quiero una pinche copa de… el baño! ¡Un pinche baño, ay no ma…!

Bailaba un poco, sufría mucho. «¡Intenta preguntar… o qué…?», dijo mi esposa.
Me acerqué a la barra como para facilitar la interpelación de la pareja que no dejaba de vernos. Quería que ellos me espetaran algo para replicarles con señas y pedir el baño (no tenía idea de cómo haría lo segundo, pero no tenía de otra o una desgracia delataría mi urgencia). ¡Milagro! El caballero dijo con aire familiar: «You can order here what ever you want.»

— Thanks! Very kind. I want two glasess of wine and the restroom –le respondí.
— You are not from here, right?– dijo la dama, sonriendo. Luego, ambos me señalaron el fondo, detrás de la cortina de perlas. Corrí al fondo. Mi esposa se quedó con ellos.

Al volver, tranquilo y sin tensiones, agradecí al señor la bienvenida. Cabello negro, bien rasurado, porte elegante y semblante tranquilo. Ella, cabello rubio y ojos miel. Igualmente elegante. Les expliqué que éramos turistas, que no hablábamos nada de francés. No estaba seguro si eran los dueños, pero hablaban muy familiarmente del lugar. Hasta parecía que era su casa. Vestían muy elegantes, de negro. Aún sentía intranquilidad, esa cosquilla de estar en un lugar al que no se te ha invitado.

El caballero me mostró dos vinos tintos y dos blancos. Sin pensar mucho, elegí uno con etiqueta morada, Malbec. Entonces, una mujer güera, carnosa, pasada de 50 años y de piel enrojecida apareció tras la barra. El caballero le entregó el vino. ¿Y ésta de dónde salió? ¿Llevaba todo el tiempo escondida en la penumbra de la cocineta? Le sonrió, nos sonrió y tomó la botella. Se volteó y siguió lavando platos o preparando algo.

— This is our local wine bar. This is not a tourist place. Just french and no menu, as you can see. You can order to her, she is the owner. She only speaks french.

Su cabello tenía tintes rojizos y estaba ligeramente despeinado. Era casi de mi estatura. La barra le tapaba del busto para abajo. El cabello le llegaba abajo de los hombros. Vestía de negro, negro desaliñado. El caballero le dijo algo en francés y ella nos sonrió de nuevo, sirvió las dos copas y se volvió a la tarja, enjuagando un plato.

— We live in front– dijo la dama, señalando con sus ojos miel hacia la ventana. Luego apuntó con su dedo una casa de ladrillo con paredes blancas, justo frente al bar– Are you Americans?
— Well, yes. We are from America, but not from USA. We are from Mexico, ¿Mexique?
— Ohh, mexique… México. Good. Your first time at Montmatre?
— Yes, yes and also in Paris…

Nos explicaron que había sido muy extraño que encontráramos aquel lugar. No aparecía en las guías, ni era un lugar para turistas. Ni siquiera la gente de París lo conocía. Me dio a entender que era un lugar exclusivo para la gente de Montmatre, prácticamente de ese barrio, y que así querían conservarlo.

— Its our secret place. Only locals, few locals –nos dijo la mujer, y luego se volteó hacia las mesas– He is a producer. Lives at the end of the street, she est une danseuse… –le hizo un comentario a su esposo y éste le respondió algo– the other one a chef machiniste

La puerta rechinó. Me espantó el ruido. Un hombre robusto, con bigote y barba gris, sombrero y un gran abrigo negro, entró sonriente, saludando a todos.

–…And he is the doctor… — dijo el caballero. Le espetó algo en francés de lo que sólo entendí mexique y el doctor me tendió la mano muy entusiasmado y cortés, como cuando te presentan al amigo de un amigo. Fue un momento hipnótico. Nos hizo una extraña reverencia. Su aroma era a madera vieja. Por fin, sentía tranquilidad. Ya no irrumpía, era parte del cuadro. Recuerdo su sombrero, porque tengo uno igual: negro y de ala pequeña, de esos que la parte de enfrente está ligeramente hacia abajo y la de atrás doblada hacía arriba. El mío tiene rayas grises. Se sentó con el hombre que estaba solo.

La noche había caído por completo. El rojo de las paredes se hizo más quemado al encenderse todos los focos amarillos del interior. Salieron a relucir algunas máscaras blancas en la pared y también una roja, bastante fea. Había anaqueles con figuras, muchísimas botellas de vino, fotos, carteles, algunos recortes de periódico. Algunas sombras aquí y allá pintaron un sitio distinto al de nuestra llegada: un escondite, una guarida bohemia.

El lugar tenía una especie de sótano, con las escaleras casi frente a la puerta de entrada. Había llegado tan apresurado que no las noté hasta que alguien subió por ellas. Fue una imagen fugaz, sólo recuerdo una sombra que brotaba del fondo, un hombre muy flaco con ropas obscuras que pasó junto a mí trayendo consigo el frío de la puerta y que se perdió en el fondo, por el baño.

Pedimos unas botanas para acompañar los vinos. Primero la güera nos dio unas bolas de queso de maíz inflado, como chetos, amargosos. Luego, hizo un plato de quesos, con jamones, aceitunas, cebollitas cambray y una cucharita de miel de mantequilla. Nos acercó unas rodajas de pan y nos llenó por segunda vez las copas. La pareja vistió sus abrigos negros y se retiró. Dijeron que iban a la Ópera.

— Nice to meet you. She is Veronique, you will be fine with her. — dijo el caballero, lanzándole un beso.

Platicamos toda la noche. ¿Más vino? Ella en su francés, nosotros en nuestro spanglish. Otra copita, cómo no. A señas nos tratábamos de comunicar. Échele más, madama. Ella mostraba muchas ganas de hablar con nosotros, pese a que todo era a señas. ¡Salud! Nosotros, encantados con el lugar. ¿Otra botellita? O ya sé francois o esta sí hablaba mexique. Nos contó que ella puso el lugar. ¿Cómo dicen salud aquí en Paris? Que le encantaban las óperas. ¡Llénela bien, que sí traigo pa pagar! Que siempre había vivido en Montmatre. Ahora del otro vino, porfis. Que nosotros de la Ciudad de México. ¿La mielesita es pa bajarse la peda? Que nuestra primera vez en Paris. Ya sé dónde está el baño, comper… Que nos gusta la fotografía. ¿Tiene tequila? Que nosotros casados y que ella… cuando preguntamos por una pareja, ya no quiso hablar. Se puso seria. Vi el reloj. Era tarde, aún debíamos encontrar el metro y estaba un poquito mareado.

Le pedimos que nos dejara tomarle un par de fotos. La noche había sido fantástica, ni planeado hubiera salido mejor: caímos en uno de esos lugares de barrio que escapan a las guías de turistas, nos hicimos entender sin saber francés, probamos unos vinos excelentes con una botana típica, la pareja que nos recibió y hasta «el doctor» nos saludó de mano. Nada más faltaba, salvo la foto de rigor.
Veronique no quería, pero le insistí mucho. Al final accedió. Nos tomamos un par de fotos y yo le tomé a ella una tercera, con su barra de fondo. Las fotos salieron muy naranjas para mi gusto, y un poquito movidas. Había poca luz, las condiciones no eran fáciles, pero para la anécdota estaban bien. Se entendían los detalles.

Pedí la cuenta y caminé hacia el baño, para la última escala técnica antes de salir. En esta ocasión hice el recorrido con calma, para observar los detalles que adornaban el lugar. Me acerqué al recorte de periódico enmarcado. Le Figaro, una entrevista con… ¿Veronique? ¡Wow!, ha de ser famosa. El francés escrito tiene lejanas semejanzas con el español. Todos estos días en París me habían acostumbrado un poco a algunas palabras. Alcancé a entender que mencionaban a un tal Gastón Leroux. También que Veronique puso el bar con ayuda de un amigo. Y que el barrio era de bohemios. Abajo decía algo de un fantasma, del bar, y de La Opera. Regresé a la parte que nombraba al amigo para buscar su nombre. Tal vez podría insistirle a Veronique con eso sobre su pareja. Arnold, decía. Seguí al baño pensando en ¿por qué no quiso hablar de Arnold? ¿amigos, novios o amantes? o…

Cuando estábamos por salir, ya despidiéndonos, le señalé el recorte de periódico donde vi el nombre de Arnold y le dije «Arnold, amis? mon amis?»

Se sorprendió, pero sonrió ante mi esfuerzo por hablar francés. «Oui, amis. — me dijo. Luego, señaló el sótano. «¡Oh, el flacote que subió hace rato! Pillina…», pensé.
Le hice señas de que me contara más, sentí que nos invitaría otra copa, como que hizo un gesto de «vamos a sentarnos, esta yo la invito». Hubo un pequeño silencio. Un comensal llegó, el que estaba sentado con el doctor. Nos saludó en francés con un tufo alcohólico, más que el mio. Le dije en inglés y en español que no entendía nada. Luego dijo algo de Arnold, negando con la mano. Tambaleaba ligeramente. Veronique, le hizo unas señas, como de que volviera a su lugar. Entonces, habló en inglés.

–She… she is the fille of Leroux… petite fille. Arnold is… his real name…
Chit! Joseph, ferait mieux de se taire — le dijo Veronique. Joseph, se quedó ahí parado, vacilante.

Me dio la impresión que era el borracho de la casa. No parecía mala copa y nadie se movió. Le costaba cierto trabajo hablar, como si le faltara el aire. Le pedí que me escribiera su nombre en mi libreta, también a Veronique. Un autógrafo para un turista. Era hora de irnos. A señas nos despedimos.

Seguimos caminando por Montmatre. Bajamos hasta Bateau-Lavoir, nos tomamos fotos a la luz del farolito de la plaza y bajo la fría lluvia ligera. El frío y la caminata calmaban el alcohol. Intenté fotografíar un Chat Noir que se asomaba en el ventanal que queda del edificio que bautizó Picasso. El frío y la lluvia arreciaron. Bajamos hasta Clichy y tomamos el metro Pigalle, después de echarle una flor a la Piaff. Nos fuimos al Hotel. En el camino, traté de recordar el nombre de lugar donde conocimos a Veronique. Al bajar del metro, saliendo de la estación, le pregunté a mi esposa. Tampoco lo recordaba.

— ¿No agarraste una tarjetita? ¿No tomaste unos folletitos de la barra? — le pregunté.
— Pensé que eran tarjetas, pero hace rato vi que son promociones para una obra… mira: José el Soñador.
— Ja. Ahorita lo busco en internet, para anotar bien la dirección y el nombre. Deben estar.

En el Wi-Fi del hotel busqué en Google maps, pero el servidor era muy lento para desplegar los mapas. Lo dejé y busqué Gaston Leroux en Wikipedia. ¡Increíble! ¡El autor del Fantasma de La Ópera! ¡Estuvimos con un pariente del autor del… ¿era Veronique Leroux? Abrí mi libreta para revisar el nombre. La tinta era pálida, pero alcancé a leer: Dubruile-Leroux, Veronique. ¿Será nieta o bisnieta? Busqué su foto en la cámara para volver a calcular la edad. Corrí las imágenes en reversa, Pigalle, Hotel Cleremont, Chat Noir, Bateau-Lavoir… no se puede ver… ¡tiene la cara barrida?

Toda la foto es clara, se ven los cuadros, la máscara, los tonos naranjas, rojos, parte de la barra, excepto Veronique. Sólo un rostro desfigurado.

Nietadelfantome

Sólo un rostro desfigurado