El Verdadero Escritor

He ahí un escritor. Vive como todos. Empuñando la pluma, enfrentando las letras. Diario cumple su rito: con la izquierda toma el cuaderno, con la derecha la pluma y escribe sin bañarse.

Vive en el recoveco de una cochera abierta a la calle que casi nadie usa.
Su cabello es una sola trenza que le llega hasta las rodillas. Ciertas mañanas pudorosas observa su reflejo en la puerta de cristal de las oficinas contiguas a su hogar. A veces usa un blusón traslúcido, otras una mezclilla rota con saco a flores. El lugar que habita tiene una puerta metálica y dos ventanas que llevan para adentro, un interior del que no tiene llaves.

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He aquí un escritor.

Se nutre del basurero de la esquina. Sin miedo, sin prisa, abre el contenedor y remueve la superficie para extraer los desperdicios, lo aún comestible que otros olvidaron, desdeñaron, tiraron sin miramientos; también ingiere cosas que los demás jamás ingerirían. No espanta a las moscas, zumba con ellas. Es feliz, como casi todos, al comer.

Es un escritor, pues: sus actos describen lo que la sociedad ignora, remueve la basura para encontrar la novedad; reta al statu quo deglutiendo lo que creemos incomible, deleznable: revolución desde el zaguán de sabequien. Es libre al aire libre. Habita en la frontera entre lo público y lo privado. Tiene los pies en la tierra, pero su techo son las estrellas.

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El Escritor vive sus personajes, respira su trama.

Y luego todo lo lleva a la tinta. ¿Prosa o verso? ¿Ensayo o Cuento? ¡Tragicomedia, esa siempre!

Todos los días prende un cigarrillo para ojear su propio texto. Ávido de lectura. Termina una frase y voltea hacia arriba, reflexiona. Se cambia la chamarra por un saco; se quita la gorra. Al rato se pone un brsasier y se quita las medias. Analiza un vestidito de infante, lo dobla. Saca unos recortes de revista, de periódico, de lo que sea.

El lector cambia según la lectura, como los viajes: uno no es el mismo después de uno; al mismo tiempo, como buen escritor, se transforma con sus personajes, vive su trama.

Sale a dar un paseo.

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El escritor sale a dar un paseo

 

Es un lector auténtico escritor: no le interesa publicar, ni las firmas, ni los derechos de autor, ni las ferias del libro en Guadalajara o Minería ni los quijotescos cervantinos por doquier; nada, ni tener un mejor colchón o cemento para la mona.

Sólo le interesa una cosa: escribir para su único exigente lector que desea disfrutar las mejores letras del mundo.

–FIN–

 

 

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El escritor tiene los pies en el suelo y por techo, las estrellas (cuando no está nublado).